martes, 19 de febrero de 2013

Barbarie mexicana: Un toro contra un oso



Por: Alejandro Rosas
MEXICO |  18 DE FEBRERO DE 2013
Entre los espectáculos que llenaban las horas de ocio de los capitalinos en la primera mitad del siglo XIX, los más socorridos eran aquellos donde estaban involucrados los animales. En enero de 1837 la gente disfrutó del “espectáculo extraordinario de las pulgas industriosas y sabias”. El programa no podía ser más llamativo y gracioso:
“Se representará una sala de baile donde se presentarán dos pulgas vestidas de señoras a bailar un vals; al mismo tiempo, otras diez pulgas formarán una orquesta, cada una con su instrumento de un tamaña proporcionado, cuya orquesta será dirigida por otra pulga. Además, las pulgas industriosas se baten a la espada, arrastran coches, cañones, cajas de guerra, un navío de guerra, un elefante llevando sobre su lomo el obelisco de Luxor”.
Por entonces, estos espectáculos producían verdaderas ganancias ya que la ópera y el teatro habían decaído entre el gusto popular. Pero a los empresarios no les faltaba imaginación para ganarse la voluntad del público, no solamente por llevar a la ciudad espectáculos de esa índole, también las corridas de toros, que continuaban gozando del interés del público sufrían por momentos importantes y sorprendentes modificaciones.
Al finalizar la década de 1830, los fuegos artificiales jugaban un importante papel en las corridas, incluso con el beneplácito de los matadores. En palabras de la marquesa Calderón de la Barca, el espectáculo era “tan variado como curioso” ya que se les colocaban “unos cohetones adornados con ondeantes cintas que prendían en las astas del toro, y hacían que éste, al revolver la testa, se viera envuelto en llamas”.
El 27 de septiembre de 1839, cuando todavía se conmemoraba la consumación de la Independencia, la plaza de Toros abrió sus puertas combinar diversos espectáculos. En la arena se representó el Triunfo de la Independencia, donde un grupo de españoles tenía cautiva a la América que era liberada por los mexicanos en “una vistosa lucha”. Al terminar esa representación, un toro tigre fue lidiado por los mexicanos que habían participado en el combate, “picándolo en caballos en pelo y dándole muerte con una macana de fuego”. El evento concluyó con actos de un equilibrista que se hacía acompañar con dos niñas de diez años de edad.
El 14 de marzo de 1852, la gente volvió a llenar la plaza de toros de San Pablo para presenciar un evento que parecía propio de la antigua Roma cuando el coliseo se manchaba con la sangre de los gladiadores. En aquella ocasión, los toreros no fueron los protagonistas del espectáculo, ni mostraron sus dotes en el ruedo. Desde días antes, la empresa se había encargado de repartir volantes por toda la ciudad para que la gente asistiera al esperado combate entre un oso de California y un toro de Guatimapé.
Este tipo de espectáculos eran ajenos al teatro, a la ópera o a los conciertos que llamó poderosamente la atención de la sociedad. El evento, sin embargo, no terminó bien. Ambos animales fueron encadenados. Un extremo de la cadena pendía del pescuezo del oso y el otro estaba asido a la pata del toro. Así fueron llevados a la arena donde debían combatir hasta que uno de los dos muriera. Sin embargo, ante la furia de las bestias que peleaban entre sí, pero también intentaban liberarse, de pronto se acercaron demasiado al público hiriendo de gravedad a dos personas; una de ellas con tremenda herida en la cabeza falleció al día siguiente. El otro perdió la mano.
Fuente: Contenido

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