sábado, 2 de febrero de 2013

Caprichosa realidad



Por: Andrés Pascoe Rippey
CIUDAD DE MÉXICO |  2 DE FEBRERO DE 2013
Lo más lógico sería decir esto: los toros no son animales. Ni los gallos. Son entes eximidos de derechos, criaturas místicas que no sienten dolor ni padecen sufrimiento. Por tanto, no tienen por qué caer dentro de la recién estrenada ley sobre maltrato animal del Distrito Federal. Esa es la misteriosa noción que tienen nuestros diputados respecto a dichos animales, ya que han dejado expresamente fuera del rango de aplicabilidad a la fiesta brava y las peleas de gallos. Estos animales –si se les puede llamar así– han caído en la categoría mágica de “espectáculos” y por tanto quien torture y mate a un toro no está violando la ley.
¿Significa eso que si uno hace un performance que incluye quemar gatos, queda libre de culpa por hacer “arte”?  Por supuesto que no.  Los gatos y los perros –y los hámsteres y los tiburones– sí son animales, por lo que no podemos masacrarlos, torturarlos ni tratarlos con negligencia, pero hacer lo propio con un toro es perfectamente legal.
Un clásico del realismo mágico mexicano. Los diputados locales discutieron largamente el tema, ya que no eran ajenos a que lo que estaban discutiendo era una incoherencia total. Sin embargo, en el afán de “lograr acuerdos”, pactaron esta bizarra ley que caracteriza a los animales en dos categorías: aquellos con derechos y aquellos sin derechos. Es una lástima porque la ley en sí es un avance importantísimo, una ley digna de un país desarrollado que ha entendido que el trato digno a los animales es una obligación ética de la sociedad. Los humanos recibimos infinitos beneficios de los animales –desde alimenticios hasta terapéuticos– y hemos sido todo menos agradecidos. De hecho, en muchos sentidos hemos sido nazis con los pequeños: muchos criaderos no son muy distintos ni más humanitarios que un campo de concentración.
El DF, que está a la vanguardia en mucha de su legislación, sigue siendo tierra de nadie para muchos animales.  Los perros y gatos callejeros son sistemáticamente capturados –como pasó con cierto escándalo mediático hace unas semanas en Iztapalapa– y con la mayor frecuencia, ejecutados. Esta Ley de Protección Animal es un paso en la dirección correcta, aunque aún diste mucho de existir la infraestructura y capacidades para hacerla efectiva. Es indispensable que la ALDF rompa con el lobby que respalda a la tauromaquia –que además es un sector muy propenso a la corrupción – y anteponga el sentido mínimo de humanidad sobre el placer y entretenimiento de unos cuantos.
Un académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac, citado por El Excélsior, explicó que esta excepción es comparable con el box, ya que es “un deporte donde un ser humano golpea a otro en lo que en términos del derecho común serían lesiones,  pero no hay responsabilidad penal por parte de quien infringió las lesiones porque está regulado en una normatividad especial de manera legal, la realización de este tipo de eventos”. Eso podrá ser cierto en términos legales, con una pequeña diferencia que arruina por completo el argumento: el boxeador decide participar en la pelea; el toro no.  El boxeador rara vez terminará muerto; el toro saldrá ejecutado de la arena.  “detallitos”, dirán algunos.
Entiendo la sed de sangre de los humanos.  A mí, por ejemplo, me gusta el cine de terror, me encanta ver zombis comiendo gente.  Me parece divertido.  Pero eso es ficción.  A los toros y las peleas de gallos se les puede meter todo el folclor que se quiera, decir que es una “danza mágica”, decir que es arte, lo que sea.  Está bien.  Insisto: entiendo que lo disfruten. Pero lo hacen porque jamás se ponen en el lugar del toro. Disfrutar un evento en el que se acuchilla y asesina a un animal es carecer de empatía.  Y eso es lo que está mal con este mundo. Próximas generaciones mirarán hacia atrás y se preguntarán cómo podíamos ser tan salvajes de gozar con un show así. Tendrán razón.
Pero la realidad es caprichosa e insiste: los toros sí son animales. No hay vuelta que darle. Acuchillarlos sí es maltrato. No hay pretexto. La ALDF no se puede seguir equivocando: la ley tiene que ser pareja y tiene que proteger a los toros.
Acaben con ese espectáculo grotesco.  Háganlo ya.
apascoe@gmail.com

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