sábado, 11 de enero de 2014

Ética y estética al ruedo



Por: Iliana Restrepo Hernández
COLOMBIA | 10 DE ENERO DE 2014
La polémica sobre el tema de las corridas de toros no cesa. El alcalde de Cartagena, Dionisio Vélez, recientemente volvió a poner este espinoso tema en la palestra, al haber aprobado unas corridas durante la temporada de fin año. No se realizaban hace varios años en la ciudad por diferentes motivos y esta decisión prendió de nuevo la mecha.
Aficionados y detractores esgrimen sus argumentos y es claro que será difícil que se pongan de acuerdo. Cuando de gustos se trata, es casi imposible que haya consenso. Lo que sucede es que en esta cuestión, hay que ir mucho más hondo. No se trata tan sólo de un asunto de gustos como sustentan algunos. Existe en esto un componente ético que supera de manera contundente a lo meramente estético.
Como sabemos, los argumentos de los detractores son varios. El primero y más categórico es que no se debe convertir en fiesta la muerte de un ser vivo. Hay otros que decimos que hacer de la tortura un espectáculo público  y una fiesta, es de alguna manera el síntoma de una enfermedad social profunda de la que difícilmente nos curaremos si seguimos con los mismos comportamientos.
Por el otro lado, existen quienes afirman que el toreo es una costumbre cultural  que está arraigada en nuestro país y que como tal se debe preservar; yo me pregunto si el mero hecho de ser una costumbre que ha pasado por generaciones, es un argumento válido para que se mantenga. Quemar pólvora en familia durante las fiestas de fin de año y otras, también era una costumbre arraigada que afortunadamente ha pasado a ser sancionada  y a ser mal vista por la sociedad. Y todo esto a pesar de que al ser humano, desde su invento por  los chinos, siempre le han gustado los fuegos artificiales. Pero de ahí a que por el hecho de que nos guste, se deba seguir haciendo aunque cause daño, hay un trecho muy largo.
Pues bien, lo mismo pasa con los toros. Puedo afirmar que como espectáculo estético, el toreo ejerce en mí algo de fascinación. No niego que me llama mucho la atención, el “arte” del torero para hacerle el quite al toro, el colorido de la plaza, su música, en fin hay allí todo un cuadro de una seductora y plástica belleza, que precisamente por ello ha sido la inspiración de muchos artistas a través de los siglos.  Asistí a muchas corridas y hoy confieso con algo de pudor, que las disfruté.
Reflexionando más a fondo sobre este mal llamado “arte”, llegué hace años a la conclusión de que, como en todo arte, la estética no puede ir dejada de la mano de la ética. No debe ser, que por el sólo hecho de que se considere estéticamente hermoso un espectáculo que se monta alrededor de la tortura y muerte de un animal,  se pueda soslayar el hecho de que éticamente lleva implícito un acto de brutalidad humana que no hace mejores a quienes participan de la fiesta brava. Por el contrario los acerca a su lado más primitivo.
Va siendo hora de entender que en nuestra carrera en este mundo, en esta “excursión hacia la muerte” como llama a la vida el poeta Mario Benedetti debemos propender, no sólo por ser felices, sino ante todo por ser cada día más humanos. Y está claro que la fiesta brava no nos ayuda a caminar por ese sendero.   
Fuente: Revista Semana 

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