miércoles, 11 de marzo de 2015

El riesgo de ser mono en Fukushima



Por: Miguel G. Corral
ESPAÑA | 25 DE JULIO DE 2014. La primera preocupación de las autoridades sanitarias tras un accidente nuclear es, lógicamente, las posibles consecuencias sobre la salud humana. Pero realizar estudios sobre la población es costoso y complicado. Sin embargo, la fauna salvaje también sufre las consecuencias de estas liberaciones de radiactividad y, en ocasiones, estudiarla puede servir de modelo para extrapolar lo que puede estar pasando en humanos. Y qué mejor modelo de experimentación que los monos.
Una investigación publicada hoy acaba de descubrir que los macacos ('Macaca fuscata') de la zona de Fukushima (Japón) tienen anormalidades sanguíneas como un bajo número de glóbulos blancos y rojos y niveles reducidos de hemoglobina -la proteína que transporta el oxígeno en la sangre- y hematocrito, el volumen que ocupan los eritrocitos o glóbulos rojos en la sangre.
Después del desastre nuclear, la concentración de cesio radiactivo en el suelo de la ciudad de Fukushima estaba entre 10.000 y 300.000 bequerelios por metro cuadrado. A pesar de estar fuera de la zona de exclusión de 30 kilómetros marcada por las autoridades japonesas, dichos niveles eran varias veces superiores a los máximos legales y provocaron una radiación acumulada en el aire de 7,5 milisieverts en los dos años posteriores al accidente nuclear. «Esos niveles de radiactividad no son aceptables», asegura Eduardo Rodríguez-Farré, profesor de investigación del CSIC y miembro del Comité Científico de la UE sobre riesgos para la salud. «El máximo permisible para un ciudadano cuyo trabajo no implique riesgo de radiación es de un milisievert al año, así que son niveles siete veces mayores de lo permitido internacionalmente», afirma el experto.
Los investigadores, pertenecientes a la Universidad de Tokio, tomaron muestras de un total de 61 macacos pertenecientes a dos poblaciones de los bosques de la prefectura de Fukushima, situados a 70 kilómetros de la central accidentada. Y como contraste tomaron otras 31 de otro grupo de la región de Shimokita, a 400 kilómetros de la planta nuclear. Según los resultados del estudio, la concentración de cesio radiactivo en el tejido muscular de los animales de Fukushima estaba entre 78 y 1.778 bequerelios por kilogramo de peso, mientras que en los monos de Shimokita los niveles eran imperceptibles para los aparatos de medición.
A pesar de lo llamativa de la cifra de casi 2.000 bequerelios por kilo, no se trata de niveles elevados, por lo que algunos científicos dudan de que la radiactividad sea la causa de las   sanguíneas de los animales de Fukushima. Los propios autores se muestran muy cautos y en ningún momento establecen una relación de causa-efecto entre radiactividad y problemas en las células sanguíneas. 
El trabajo se limita a señalar la coincidencia entre ambos hechos en los primates que ocupan áreas cercanas a la central nuclear accidentada y la ausencia de problemas en monos de regiones distantes. «Es probable que los cambios hematológicos en los monos de Fukushima fueran el resultado de la exposición a alguna forma de material radiactivo, pero sólo se ha medido la concentración de cesio», dice el estudio.
«Los bajos conteos de células sanguíneas no significan necesariamente que la salud de los monos esté en peligro», asegura a EL MUNDO Shin-ichi Hayama, uno de los autores del trabajo publicado por la revista Scientific Reports, del grupo editorial de Nature. «Pero, en todo caso, podría sugerir que el sistema inmune se ha visto comprometido en algún grado, quizá haciendo que los individuos y la manada entera sea susceptible a una epidemia de una enfermedad infecciosa, por ejemplo», dice el trabajo.
Pero otros expertos van más allá. «El problema es que no degenere», explica Rodríguez-Farré, «si tienes alterado el conteo de leucocitos puedes llegar a tener problemas de inmunidad, que pueden provocar mayor susceptibilidad a infecciones. Y a la larga puede degenerar en algún tipo de leucemia», opina el experto. 
Los expertos destacan el hecho de que los macacos sean uno de los modelos de experimentación más parecidos a los humanos. De hecho, el factor sanguíneo Rh, proviene de una investigación con Macacus rhesus. «Nuestros datos con primates, los parientes vivos más cercanos al ser humano, podrían suponer una gran contribución para las futuras investigaciones sobre los efectos de la exposición a la radiactividad para la salud», asegura Hayama.
Como los niños de Chernóbil
En 1993, una investigadora ucraniana llamada Evgeniya Stepanova comenzó un largo y costoso trabajo para tratar de averiguar si los bajos niveles de radiactividad presentes en algunas áreas de Ucrania apartadas de la central de Chernóbil -cuyo reactor explotó en abril de 1986- habían tenido consecuencias sobre la salud de los niños. Tardó tres años en tomar las muestras de sangre para saber si la radiación había tenido consecuencias sobre las células sanguíneas. 
Los resultados no se publicaron hasta el año 2002, pero fueron demoledores y marcaron un antes y un después en la forma de abordar las estrategias de actuación ante este tipo de accidentes nucleares que liberan materiales radiactivos a la atmósfera. Sus resultados demostraron que incluso la exposición a niveles bajos de radiactividad provocaban en los más pequeños una reducción de células sanguíneas, de hemoglobina y de plaquetas, con las consecuencias que eso tiene para su sistema inmune. Y, además, pudo demostrar también que los niños con menores recuentos de glóbulos blancos y rojos correspondían con los que vivían expuestos a mayores dosis de radiactividad en sus hogares. 
Las conclusiones de Hayama y sus colegas muestran en Japón exactamente lo mismo que encontró Stepanova, sólo que en monos. El siguiente paso es estudiar qué está pasando con los seres humanos.

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